Licda. Grettel Solano Morales
A lo largo de milenios, la humanidad ha ido construyendo una vida en sociedad, un entorno social, diversas culturas, ideologías y religiones. La historia ha estado llena de muchos aciertos, injusticias y omisiones.
Al día de hoy, se han logrado sorprendentes avances tecnológicos que unen a los pueblos del mundo, sus voces y sus culturas; se han avanzado en leyes y en el bienestar para muchos, pero también persisten grandes brechas sociales, económicas y políticas que excluyen a las personas del bienestar logrado y las enfrentan por sus edades, etnias géneros, religiones, nacionalidades y orientaciones sexuales, entre otros aspectos de la diversidad humana.
Siendo la mitad de la humanidad, sería de esperar que las mujeres del mundo gozaran de las mismas condiciones en igualdad de derechos y de oportunidad. Sin embargo, estudios demuestran que solo el hecho de ser mujeres ha llevado la peor parte en esta historia, la discriminación en razón de su género es una de las formas de opresión más generalizadas en el mundo. A esto se suman otras formas de discriminación por el color de la piel, por la cultura, la procedencia geográfica, la nacionalidad, la clase social, la edad, las capacidades especiales, la orientación sexual, aspecto físico, entre otras, que afectan tanto a mujeres como a hombres.
El poder y la adquisición de habilidades para la toma de decisiones en el mundo público han sido históricamente potestad de los hombres, mientras las mujeres hemos ocupado de dar el soporte para que todo suceda, atendiendo la vida en el hogar, las necesidades de las personas que integran el núcleo familiar, como decían nuestras abuelas “cumpliendo con la patria” siendo madres, criando a los hijos (as) y atendiendo al marido aquellas que lo tienen.
Es por ello que durante años en Costa Rica, las mujeres no desempeñaron cargos públicos y no pudieron elegir a sus gobernantes ni ser electas para ocupar puestos en el gobierno. Por años, su papel social se restringió a cumplir funciones consideradas como femeninas y limitadas para participar en los espacios donde se definían los destinos de las comunidades, de los pueblos y el país.
Hoy día muchas cosas han cambiado y en las últimas décadas, las mujeres hemos ido alcanzando mejores posiciones sociales y políticas tanto en la vida pública como en la privada, sin embargo la participación continúa siendo un desafío.
A lo largo de la historia, las mujeres hemos participado de distintas formas en la sociedad y ha habido grandes personajes femeninos en la vida política. Sin embargo, hemos visto como las mujeres y lo femenino se han asociado al mundo del hogar, la familia, donde también las mujeres hemos vivido en condiciones de dependencia y subordinación.
La política ha sido históricamente un espacio para los hombres porque siempre se ha dicho que las mujeres, por nuestro sentimentalismo y las obligaciones familiares, somos incapaces de ocuparnos de asuntos más allá del hogar. Se pensaba y aún hoy día que por razones naturales, las mujeres no podíamos razonar con propiedad sobre asuntos públicos, con dichos argumentos, se explica nuestra exclusión y marginación.
Afortunadamente, la historia también ha estado llena de personas cuestionadoras del orden establecido, personas inquietas que luchan por los derechos. Gracias a ellas y a las luchas colectivas, las mujeres logramos incursionar en el mundo de las decisiones públicas
El incluir nuestras demandas del mundo privado en las agendas de las organizaciones comunales, regionales, nacionales e internacionales y por supuesto en la de los partidos políticos, han sido en la defensa de los derechos de las mujeres.
La política aún guarda significados negativos y cuestionamientos que enfrentamos las mujeres, los cuales son rechazados y aun así temidos; como ejemplo: deja de atender y abandona a la familia por estar política, solo pasan en la calle y no cumplen con sus obligaciones de amas de casa, en diversas ocasiones se explotan argumentos negativos como que nos falta don de mando, que si somos ambiciosas no somos confiables, que nos vamos a quedar solas por atender cosas de hombres; la toma de decisiones de las mujeres son sentimentalistas, no tienen amplio conocimiento del mundo público; muchas veces por la falta de sororidad, aparecen contra las mujeres las voces poco solidarias de otras mujeres que se pliegan a los liderazgos masculinos. Además existen obstáculos institucionales y culturales que limitan la participación de las mujeres en la vida política.
La participación de las mujeres en espacios políticos partidarios está determinada por reglas y costumbres a las que no se pueden acceder fácilmente, que impiden y limitan su plena participación.
Los estereotipos contribuyen a subvalorar las capacidades de las mujeres, se manifiestan en diferentes formas de violencia de género: “la principal misión de las mujeres es la maternidad y la familia”, “ellas son torpes para tomar decisiones políticas”, “no están hechas para aguantar la dura competencia del juego político”, “no cuentan con un liderazgo fuerte” y muchas más.
Entre los aspectos culturales, se encuentra la doble jornada que debemos asumir las mujeres, para cumplir con los mandatos sociales impuestos; la falta de apoyo del cónyuge y de la familia respecto a las aspiraciones políticas de las mujeres; así como el temor y la inseguridad, de convertirse en figuras públicas y defender sus posiciones en espacios tradicionalmente masculinos.
A las mujeres se les hace difícil tener acceso a las fuentes de formación y capacitación política para fortalecer su liderazgo, debido a que las oportunidades no responden a las condiciones de género en términos de horario y lugares accesibles o de metodologías para el aprendizaje acordes a las experiencias de las mujeres.
Estructuras políticas cuyas prácticas relegan a las mujeres a tareas secundarias. Partidos o grupos organizados en los que el aporte de las mujeres se ve minimizado en términos de su proyección y reconocimiento social, excluyéndolas de la discusión ideológica y de la toma de decisiones sobre proyectos políticos a seguir. Igualmente hay prácticas que no miden las capacidades, sino que requieren favoritismos para el acceso a puestos de relevancia y posibilidades de elección, sobre todo enfocadas al apoyo del sector masculino.
Espacios institucionales hostiles que alimentan el acoso político y obstruyen el ejercicio pleno del liderazgo femenino. Si logran superar los obstáculos, una vez que las mujeres llegan a los espacios de poder, se encuentran con la hostilidad, la invisibilidad y el acoso político que recogen los estereotipos , que promueven el odio o el desprecio a las mujeres, así como otros nuevos propios del juego político tradicional.
Las mujeres que quieren participar en política o las que ya lo están haciendo enfrentan diversas limitaciones, que ellas mismas llaman acoso político, que tiene que ver con acciones que agreden, minimizan, excluyen, invisibilizan, obstruyen, ridiculizan, limitan p impiden el desarrollo y desempeño de las mujeres en cargos o puestos de poder y decisión o que desean acceder a ellos y que se constituyen en una causa de daño para su persona y su gestión, en algunos casos la deserción.
El acoso puede provenir de personas propias de su partido que, amparados en las reglas de la lucha política tradicional, agravado con argumentos en razón de género, que dañan la gestión en los puestos que desempeñan o en el camino a conseguirlos.
Las cuotas de género han sido una estrategia para incentivar y acrecentar la participación de las mujeres en los espacios políticos de toma de decisiones en los partidos políticos, juntas directivas de instituciones, municipalidades etc., con el fin de equiparar el número de mujeres con el de los hombres en dichos espacios, se les da un 40% de participación política.
Dichas cuotas permiten que el acceso al poder no sea solo el producto de un esfuerzo individual, sino de una responsabilidad social institucional para garantizar la igualdad entre los géneros en los puestos y cargados de representación política. Al inicio funcionó, se obtuvieron buenos resultados. Con el tiempo se notó que ese porcentaje eran para puestos de relleno o simplemente sin ningún poder. Así que para garantizar una participación real de la mujer en puestos de decisión y poder se ideo el mecanismo de alternancia, el cual propone una conformación alternativa de hombre-mujer o mujer-hombre. Pero al final no hay tal alternancia justa porque el género masculino sigue ocupando los primeros lugares y las mujeres los segundos lugares; se da la tendencia a que las mujeres ocupen puestos de suplencias y menos propietarias.
La presencia de mujeres en los puestos de elección popular a nivel local y regional, así como en los distintos espacios de toma de decisiones, ha ido creciendo a través de los años, producto de las luchas de las mujeres y de su propio empoderamiento para apoyar los cambios legales y culturales que han sucedido. Estos avances no nos permiten sentarnos en los laureles, porque las metas se alcanzan y es obligación de consolidarlas, no hay que dejar ningún portillo abierto para retroceder o perder los logros alcanzados.
Reconocemos que el principal reto es cambiar la cultura y las costumbres sexistas tan arraigadas en los diferentes espacios de participación popular y política.
La ciudadanía plena y sustantiva de las mujeres solo se puede ejercer si existe un verdadero compromiso y un interés de parte de las mujeres de aportar para el desarrollo y bienestar de las comunidades. Que los mecanismos para llegar a los puestos de poder y decisión estén abierto y sensibles a la participación real de las mujeres en toda su diversidad.
Hacer realidad este concepto requiere de un esfuerzo compartido entre las personas, las organizaciones civiles, las instituciones públicas, para crear las condiciones de acceso general, sobre todo y muy importante que las mujeres creamos en nosotras mismas, ser sororas, apoyarnos, no permitir que los espacios de decisión sigan solo en manos de los hombres.