
Por: El Observador desde Los Pinos
Queridos conciudadanos, amantes de lo efímero y estudiantes avanzados de la ironía:
Hoy nos detenemos, con la reverencia que merece, ante la majestuosa Calle Martínez. Esta vía no es un simple camino. Es un poema existencial sobre el paso del tiempo, una cátedra de ingeniería al revés y el monumento más sincero que un gobierno puede ofrecer a su pueblo: la confesión pública de su propia y gloriosa inutilidad.

Hace un año más o menos —un suspiro en la vida de un burocrata, un parpadeo en la carrera de un funcionario—, esta calle fue ‘rescatada’ del olvido. Se invirtió en ella el sagrado erario, ese dinero que los contribuyentes regalan con la alegre inconsciencia de quien tira una moneda a un pozo sin fondo. El resultado está a la vista: un asfalto que imita el oleaje del Cantábrico y un sistema de drenaje que, en un acto de desobediencia civil, se niega a drenar.
Ante esta obra de arte, un hereje, un aguafiestas, un ciudadano ha osado aplicar lo que él llama “lógica técnica”. Su diagnóstico, que compartimos con una mezcla de horror y deleite, es de una simplicidad pasmosa: el proyecto parece que nació “sin planificación” y “sin diseño”. O, en el lenguaje llano de los que no entendemos de grandes visiones: se hizo. a lo que salga…
El señor conocedor de la temática callegil, con una terquedad digna de mejor causa, insiste en detalles mezquinos. Pregunta por el “estudio hidrológico” como si tal cosa existiera. Señala que las tuberías son meramente decorativas, incapaces de manejar algo tan impredecible como… la lluvia. ¡Qué falta de visión! ¿Acaso no entiende que la auténtica obra pública es aquella que al menos sirve?
La solución que plantea este radical es aún más alarmante: “Hay que hacerlo nuevamente”. Y no con parches, no con maquillaje, sino “empezando desde cero”. ¡Vaya derroche de eficiencia! ¿Para qué construir una vez lo que puedes pagar dos, demostrando así un compromiso inquebrantable con la rotación del capital?
La Calle Martínez no es un fracaso, es un faro. Ilumina el camino de una nueva filosofía del gobierno local: la de la obra desechable. Es el ‘usar y tirar’ aplicado al urbanismo. Demuestra un profundo entendimiento de la economía circular: el dinero debe circular, una y otra vez.
Mientras el ciudadano común se queja de los baches, el visionario ve en la Calle Martínez una metáfora perfecta de nuestro tiempo. Es el recordatorio de que nada, absolutamente nada, está destinado a durar. Ni el asfalto, ni la fe en las instituciones, ni el dinero de los impuestos.
Así que, la próxima vez que su automóvil dance al ritmo de la Calle Martínez, no maldiga. Sonría. Está siendo testigo de una lección práctica de cómo se construye un cantón… para tener que reconstruirlo perpetuamente. Es el genio en acción.
Les informó Desde Los Pinos, donde las únicas obras que no se agrietan son las de teatro, El Observador.