Por El Observador desde Los Pinos

Mientras los vecinos de La Unión libran una épica batalla contra la farmacia del área de salud —que parece más vetusta que el primer medicamento de la historia—, mientras la inseguridad campa a sus anchas por los barrios como si fuera turista en temporada alta, y mientras los proyectos deportivos y educativos duermen el sueño de los justos (o de los olvidados), uno no puede evitar preguntarse: ¿En qué dimensión paralela habitan nuestros diputados?
Ah, claro. Ellos están muy ocupados. Inmersos en el agotador ritual del control político, ese noble arte de hacer preguntas incómodas… que luego nadie responde. Pero, eso sí, qué importante es para asegurarse un huesito en el próximo cuatrienio. Mientras tanto, el cantón que juraron representar sigue ahí, como el decorado de una obra de teatro a la que ya nadie va.

Es admirable, realmente, la resistencia física de estos legisladores. Tanto esfuerzo les debe demandar tomar cafecitos con galletas en el frío y cómodo edificio legislativo, o asistir a esas cenas tan sacrificadas donde, imagino, discuten profundamente… cómo evitar profundizar en cualquier cosa que no sea su reelección.
Pero ¡alégrense, ciudadanos de La Unión! La esperanza está en el horizonte. El 2026 se acerca, y con él, el milagroso retorno de esos seres etéreos que un día juraron trabajar por ustedes. De pronto, como por arte de magia, volverán a caminar por sus calles, a aparecer en la Feria del Agricultor, a tomarse fotos con niños y abuelos, y a prometer otra vez todo lo que nunca cumplieron.
Eso sí, después de las elecciones, volverán a esfumarse. Hasta el próximo ciclo electoral, cuando el cantón vuelva a ser, por un breve instante, el centro de su universo. Mientras tanto, sigan lidiando con la farmacia medieval, los baches en las calles y la inseguridad. Total, ¿para qué están los diputados si no es para recordarnos, cada cuatro años, lo mucho que podrían hacer?
Ironías de la democracia. O del cafecito. O de las galletas. O de todo junto.