Títulos de nobleza y otros estorbos: Cuando la prensa no sabe su lugar

Por: El Observador desde Los Pinos

Es realmente conmovedor. Cada día, nos desayunamos con la patética imagen del estadista herido, del funcionario agraviado, del político cuya fina piel se eriza ante el más mínimo soplo de crítica. Parece que la prensa, en su insensata terquedad, no comprende que su labor no es fiscalizar, sino aplaudir. ¿Acaso no leen el manual de buen cortesano?

Estamos ante una clase de seres superiores, ungidos por el voto popular, que han dedicado sus vidas al sacrificio supremo de… well, estar en la foto. Se levantan cada mañana pensando en el bien común, que casualmente siempre coincide con su bien particular. ¿Y lo que reciben a cambio? Preguntas. Preguntitas impertinentes sobre gastos, presupuestos, obras inconclusas, amiguismos en concursos públicos o esas molestas «consecuencias no previstas» de proyectos inconclusos o cuya fecha de conclución debemos averiguarlo consultando al Tarot…

Es de una ingratitud supina. El político moderno no pide un sueldo de seis cifras, ni coches oficiales, ni inmunidad ante los líos que arman. Eso son herramientas de trabajo, tan necesarias como el oxígeno. Lo que realmente anhelan, lo que su alma noble demanda, es reconocimiento. Un coro de aleluyas por haber llegado a la oficina un martes. Una ovación por no haber desmantelado un servicio público completo en un solo periodo. Quieren que les regalemos una medalla por no prender fuego al hemiciclo, aunque solo sea porque el mobiliario es caro.

La prensa, en su torpeza, confunde el trono con un banquillo de los acusados. Creen que un «error de cálculo» que cuesta millones es algo que debe ser «investigado» y «explicado». ¡Qué vulgaridad! Es como señalar que el emperador va en pelotas. Una falta de tacto imperdonable. Estos periodistas no entienden que en la alta política los fracasos no existen, solo hay «resultados alternativos» o «éxitos a largo plazo que la mente cortoplacista no puede apreciar».

¿Silbidos? ¿Críticas? ¡Por favor! Ellos merecen ser recibidos con pétalos de rosa y tal vez algún cisne ornamental en las entradas de los edificios públicos. Han tenido que soportar el suplicio de leer titulares negativos justo después de su tercera copa en un acto institucional. ¡Es un acoso insoportable!

Así que, en nombre del progreso y la buena educación, propongo una moratoria de la crítica. Que los medios en sus publicaciones se conviertan en boletines de felicitaciones. Que las portadas muestren solo sonrisas y firmas de documentos (el contenido es lo de menos). Dejemos de una vez de lado esta manía plebeya de pedir cuentas a quienes, claramente, están por encima de tales mezquindades.

Como bien resumió un sabio de pacotilla, «Un político es un hombre que se para en plataforma, habla en altavoz, promete lo imposible y espera lo improbable». Y, añadiría yo, se enfada muchísimo cuando alguien en la audiencia tiene la desfachatez de tomarle la palabra.

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