Al final del camino

                  Aut. Manuel Picado 06-09

Sentado sobre una mecedora vieja, Alcides mira el atardecer y sin pensarlo dos veces exclama; ¡bendito seas Dios mío, porque aún a mis noventa años puedo mirar tus maravillas!

Marvin, un empleado de limpieza del asilo de ancianos, al escucharle levanta su mirada y perplejo se quedó mirando fijamente el espectáculo,   luego se queda mirando a Alcides y le indica, ¡abuelo!,  de seguro has visto grandes cosas.

Alcides movió su cabeza avalando lo comentado por Marvin, y luego agregó, así es joven, he visto y vivido de todo, desde contar con la dicha de la juventud y su fortaleza, hasta llegar  a la ancianidad triste, solo y abandonado por los que un día comieron en mis regazos.

Luché cada día de mi vida por sacar adelante a mi familia, no hubo un día que no fuera a trabajar, inclusive hasta enfermo me reporté al trabajo con tal de que no se rebajara de mi salario cinco alguno,  y cumplir así con mis obligaciones.

Cuantas noches de insomnio pasé junto a mi finada esposa, cuando alguno de nuestros hijos se enfermó, o cuando de fiesta en fiesta no regresaba al hogar a la hora indicada, y la preocupación de que algo les hubiese sucedido no nos dejaba dormir en paz.

Ni que decir de las deudas con el banco o en las empresas que me ayudaron con préstamos para tener nuestra propia casa, que con solo recordar hasta se me pone la piel de gallina cuando miraba el almanaque y quedaba una semana para reunir lo que se debía cancelar.

O cuando por alguna razón se enfermaba Rosa mi esposa, todo era un caos en la casa, nada se hacía igual, nada.

Y ya vez, hoy sufro, no por todo lo que hice sino por lo que dejaron de hacer mis hijos, me trajeron a este asilo porque me convertí en un estorbo, nadie tiene tiempo para bañar a un viejo, para peinarle y menos para llevarle al doctor si es necesario.

Les molesta si por mi pulso nervioso riego hasta el café en la mesa, porque duermo con la luz encendida, porque ocupo barandas para tomarme con fuerza, porque olvido ponerme un pañal y orino sin querer la cama.

Y otras cosas más, pero sabes una cosa joven, aquí me siento libre, no tengo gente encima gruñendo y molesta con migo, no tengo grandes cosas porque todo se lo dejaron ellos, pero aquí me dan algo que ya había perdido en casa,  el amor verdadero, aquel que es desinteresado y que todo lo soporta.

Estoy más tranquilo y orgulloso de mí mismo, por todo lo que hice y ahora más que nunca comprendo aquello que dijo el señor:

                  “YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA.”

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