Andar mucho y leer mucho

Álvaro Rojas Salazar

REPRODUCCIÓN AUTORIZADA por el autor

Publicado en La Nación, 23-04-23

Están en algún lugar, acomodados o en desorden, limpios o cubiertos de polvo. El mundo que imaginamos al salir de casa cada mañana depende de lo que uno de ellos nos ha dicho la noche anterior o días atrás o hace muchos años, cuando los conocimos por primera vez, cuando nos pesaban en el bulto de la escuela, cuando nos interesaron al encontrarlos en un estante o al verlos sobre una mesita de noche o puestos sobre un sofá, olvidados por alguien que tuvo que salir de prisa. Ellos están ahí, ahora incluso en computadoras o dispositivos, a la espera de mentes inquietas.

Debe ser muy aburrido y hasta asfixiante vivir encerrado en el presente, condenado a conversar con poquísimas personas, sin acceso al pasado, sin la ilusión del futuro, considerando que el mundo es del tamaño del barrio en el que estamos, que nuestras costumbres y creencias son sagradas y que las autoridades que nos gobiernan siempre tienen razón.

Por suerte no es así y desde la noche de los tiempos la inteligencia y el deseo humanos, a pesar de sus adversarios, han creado herramientas que nos facilitan y alegran la vida. Piensa Borges que no hay diferencia entre recordar sueños y recordar el pasado y que esa es precisamente la función de los libros, que según él vienen a ser extensiones de la memoria y de la imaginación.

“De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.”

Somos lo que leemos y también lo que no hemos leído, lo que nos falta por saber y lo que tal vez no sabremos nunca. Pero es gracias a esa sabiduría que está en los libros, gracias a esas páginas que renacen al entrar en contacto con lectoras y lectores de muy diversos tiempos, que nuestro mundo se ensancha, que el miedo va desapareciendo, que la ignorancia pierde terreno y que aprendemos a pensar mejor, a superar las engañosas apariencias, a disolver prejuicios, a contrastar costumbres y creencias; por los libros llegamos a conocer más gente que la del barrio, la familia o el pueblo y gracias a ellos y a la libertad de pensamiento que los acompaña, podemos reconocer y superar los errores y recordar que los malos gobiernos también son transitorios.

Es verdad que a don Quijote se le secó el cerebro y perdió el juicio por pasársele las noches “leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio”; pero su caso es poco frecuente y también es cierto que esa locura maravillosa suya nos hizo vivir aventuras extraordinarias y que a los dos tomos en los que está contada su historia le debemos una de las mejores comprensiones de los efectos que tiene la literatura en la subjetividad; por verse Alonso Quijano transformado de pies a cabeza, por olvidársele todo hasta creerse otra persona, un caballero andante perdido entre dos tiempos, una Edad Media que no terminaba de acabarse y una modernidad que todavía no llegaba a ser. Un caballero andante que ve gigantes donde hay molinos de viento, imagina una hermosa dama sobre la realidad de una descuidada campesina; un caballero entrañable, quien junto a su pragmático escudero recorre los caminos de la Mancha, en invierno y en verano, gritando a los cuatro vientos que es su “oficio y ejercicio andar por el mundo enderezando tuertos y desfaciendo agravios.”

Así como Alonso Quijano se fugó de su mediocre cotidianidad por medio de novelas de caballería, Emma Bovary quiso olvidar a su marido leyendo novelitas de amor que luego llevó a la práctica con sus amantes; y en el Decamerón de Giovanni Bocaccio bellas mujeres y hermosos jóvenes se resguardaron en los jardines de un castillo de Florencia a contarse historias de amor y de fortuna para espantar así a la peste. Son los libros y las historias que nos ayudan a enfrentar las adversidades, la miseria y el aburrimiento; libros y más libros, libros de ciencias, de filosofía, de historia, ficciones y poemas que contienen el pensamiento de diversas épocas, libros que nos hacen más inteligente, feliz y llevadero nuestro transitar por esta tierra.

De pronto se ha abierto una ventana a un lugar distante, a un tiempo remoto. Estamos en los salones de la gran nobleza rusa a inicios del siglo XIX, más precisamente en julio de 1805. Mujeres hermosísimas se exhiben ante jóvenes apuestos que compiten por ellas. Príncipes, condes, se mueven con soltura en un ambiente de lujos y placeres, un ambiente frívolo en el que nacen pasiones, amores y rivalidades. Lejos, muy lejos, el poderosísimo ejército napoleónico está por penetrar el territorio del Zar. Es Guerra y paz, de León Tolstói, una novela descomunal que además de representar de manera maravillosa la batalla entre rusos y franceses en Borodino, trata de la posibilidad que tienen la bondad y el amor aún en las peores circunstancias, de la fuerza de la libertad y de la generosidad. Pedro Bezukhov sale transformado de la guerra, del incendio de Moscú y de la cárcel. Libre para hacer lo que quiera. Y los lectores de este libro impar nos sentimos libres con él, seguimos su vida como si fuera la nuestra, a pesar de las distancias, a pesar de las diferencias, sentimos empatía, así aprendemos en la ficción una lección para la vida, la importancia del respeto y la sensibilidad ante los demás, ante los que piensan distinto a nosotros y ante los que sufren.

Entonces entristece conocer informes técnicos recientes sobre comprensión lectora en niños y adolescentes costarricenses, entristece enterarse de la poca importancia que buena parte de la población les da a los libros. Ambas cosas deterioran la vida cotidiana y constituyen heridas en el corazón de la democracia.

“El que anda mucho y lee mucho, ve mucho y sabe mucho.” Nos recuerda así Cervantes cómo se ensanchan con viajes y lecturas las fronteras del mundo que imaginamos. Por eso y muchas cosas más celebramos los libros, las conversaciones que nos permiten tener, los diálogos con los que nos han enriquecido, esos libros que necesitan bibliotecas con presupuestos robustos, profesores y profesoras sin pereza de leerlos, un Estado que los apoye, una ciudad que los exponga y los promueva y, principalmente, lectoras y lectores que los busquen con alegría y pasión, como se hace con un amigo o con un amor.

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