Se ha dicho, con verdad, que el ser humano está devorado por dos hambres: de pan y de espiritualidad. El hambre de pan es saciable. El hambre de espiritualidad, sin embargo, es insaciable. Está hecha de valores intangibles y no materiales como la comunión, la solidaridad, el amor, la compasión, la apertura a todo lo que es digno.
Estos valores, secretamente ambicionados por los seres humanos, no conocen límites en su crecimiento. Hay un anhelo infinito que late dentro de nosotros. Sólo un infinito real nos puede dar descanso. Centrarse excesivamente en la acumulación y el disfrute de bienes materiales acaba produciendo gran vacío y decepción. Algo dentro de nosotros clama por algo más grande y más humanizador.
En esta dimensión se plantea la cuestión del sentido de la vida. Es una necesidad humana encontrar un sentido coherente. El vacío y el absurdo producen ansiedad y sentimientos de soledad y desarraigo. Ahora bien, la sociedad industrial y consumista, montada sobre la razón funcional, coloca en el centro al individuo y sus intereses particulares. Con esto, ha fragmentado la realidad, ha disuelto todo canon social, ha carnavalizado las cosas más sagradas y ha tomado a broma las convicciones ancestrales, llamadas “grandes relatos”, considerándolas metafísicas esencialistas, propias de las sociedades de otros tiempos.
Ahora funciona el “anything goes” o el “todo vale” de los diversos tipos de racionalidad, posturas y lecturas de la realidad. Se ha creado el relativismo que afirma que nada cuenta definitivamente.
Esto ha sido llamado posmodernidad que para mí representa la fase más avanzada y decadente de la burguesía mundial. No contenta con destruir el presente, quiere destruir también el futuro. Se caracteriza por una total falta de compromiso con la transformación y por un profesado desinterés por una humanidad mejor. Esta postura se traduce en una ausencia declarada de solidaridad con el trágico destino de millones de personas que luchan por tener una vida mínimamente digna, por poder vivir mejor que los animales, por tener acceso a los bienes culturales que enriquecen su visión del mundo.
Sin embargo, en todas partes del mundo, la gente está elaborando sentido para sus vidas y sufrimientos, buscando estrellas-guía que le indiquen un norte y le abran un futuro esperanzador. Podemos vivir sin fe, pero no sin esperanza.
Por más críticas que haya que hacerle en su aspecto económico y político, la globalización es ante todo un fenómeno antropológico: la humanidad se descubre como especie, que habita en una sola Casa Común, la Tierra, con un destino común. Tal fenómeno va a exigir una gobernanza global para gestionar los problemas colectivos. Es algo nuevo.
Los Foros Sociales Mundiales, que se empezaron a realizar en el año 2000 en Porto Alegre, Rio Grande del Sur (Brasil), revelaron una especial erupción de sentido. Por primera vez en la historia moderna, los pobres del todo el mundo, haciendo contrapunto a las reuniones de los ricos en la ciudad suiza de Davos, lograron acumular tanta fuerza y capacidad de articulación que se encontraron por millares primero en Porto Alegre, y luego en otras ciudades del mundo para presentar sus experiencias de resistencia y liberación, para intercambiar experiencias sobre cómo crear micro alternativas al sistema de dominación imperante, y cómo alimentar un sueño colectivo para gritar: otro mundo es posible, otro mundo es necesario. Es algo nuevo.
En las distintas ediciones de los Foros Sociales Mundiales, a nivel regional e internacional, se notan los brotes del nuevo paradigma de la humanidad, capaz de organizar de manera diferente la producción, el consumo, la conservación de la naturaleza y la inclusión de toda la humanidad en un proyecto colectivo que garantice un futuro de esperanza y de vida para todos. De ahí su importancia: del fondo del desamparo humano está emergiendo un humo que remite a un fuego interior de la basura a la que han sido condenadas las grandes mayorías de la humanidad. Este fuego es inextinguible. Él se convertirá en una brasa y una claridad que ilumine un nuevo sentido para la humanidad. Así sea.
Leonardo Boff, teólogo y filósofo brasileño.