La Unión y su Historia: Tiempos de cafetal, un repaso a lo extinguido

Por Luis Valencia, para Crónicas de La Unión.

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     Un Pueblo sin Historia, es un pueblo sin Identidad

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Cuántos recuerdan este portón de finca, que además de ser un emblema de la propiedad, también servía de “hamaca” y el guarda de la finca nos  bajaba con amenazas por chiquillos traviesos.  Este portón de pilastras en sus extremos, en algunas fincas se rotulaba con el nombre del propietario. Esta practica ha desaparecido y en nuestros cafetales hoy día pocos, ya ni portones tienen.

Hablamos de cafetales por el cultivo del café, pero también servía a los niños y jóvenes para saciar el hambre ya que era común observar por doquier árboles de guaba, anonas, cuajiniquil y otros frutos comestibles.  Más de una vez nos llenabamos la panza güililla al  aventurárnos finca adentro. Aprovechábamos para darnos zambullidas en las cristalinas pozas de los ríos, ya  que por lo general cada finca era cruzada por uno o más de ellos.

Si usted amigo (a) lector tiene más de cincuenta años, le aseguro tuvo la satisfacción cuando pequeño (ña) de haber comido estas ricas frutas que las fincas nos brindaban casi todo tiempo. Tanto en invierno como en el verano,  muchas eran muy exclusivas de zonas y de estaciones y que cuando iniciaba el verano brotaban en todo cafetal.  En el invierno se llenaban los ríos y pozas de barbudos que  suplían en parte, la dieta de muchos hogares. Hoy día a causa de la contaminación de los ríos, los barbudos están prácticamente extinguidos.

Ingresemos a las fincas de antaño, y recordemos que común era comer anonas, manzanas rosa, jocotes y sus cojoyos, sirmoyos, murtas, tucuicos, nísperos, matasanos, raspaguacales, aguacates micos,  guabas en varias clases como de caite, de chilillo y otras, juaquiniquiles, yaces, naranjas  por montón, limones dulces por doquier, güízaros que en casi todo potrero rebosaban las matas de estas frutillas, moras de caballo y mora corriente, frambuesas, guineos maduros. Buscar avisperos para sacarles la miel a la colmena, sacar de los ríos y zanjas alúminas, y las pozas con barbudos de rico manjar asados o freídos  en el comal, sobre todo en una familia pobre como las que abundábamos antes más que ahora, donde un fogón con una buena merienda de chayotes, elotes o tacacos, y unos barbuditos en el bracero, hacían la cena de una buena chapulinada de hijos hambrientos y sus tatas.

Quien no vivió estos tiempos, se da por dos razones, una que fueron de familias muy pudientes de la época o que tienen menos de 40 años. Tanto las fincas, los cafetales y los frutos comestibles están actualmente a punto de la extinción total. Una de las más grandes y reales virtudes de ser pobre es que siempre se tiene hambre, y es ahí cuando acudíamos a los cafetales a saciar nuestro apetito con estos aperitivos que hoy día si los probaran,  quizá para muchos sería hasta causa de vómito.

Enumero algunos de los juegos que complementaban la comida de golosinas de cafetal, acompañados por un buen clavado en la poza y después como postre nos dábamos una mejenga en el callejón con una bola de vejiga de chancho, hacer y sonar los pitos de poró, una hélice con hojas y granos de café en un varejón corriendo callejón abajo para verla dar vueltas. Lanzarse de un bejuco entre árbol y árbol, hacer hamacas con un mecate y un palo de sentadero para mecerse todo un rato,  “chusear” vástagos para tomarse el agua que brotaba del hueco,  una  jugada de trompo, de chapas, de yoyo, de bolero, de tablero, de postales en pares y nonis (palabra no encontrada en la R.A.E), de perseguido con bolas de vidrio, de chócola, de quedó quemado, de puros con un bate, de hacer con barro de olla figurillas, salir a tirar lagartijas u otros con cerbatana y flecha, cazando culipatos y sacando armadillos de sus guaridas soplando, jugando de pilollas, con agua u orines,  resbalando en verano en los potrero con zacate seco, jugando llanta y aro con un gancho,  de la sortija con las chichas del vecindario, juegos de mirón mirón, brincar suiza,  de vaqueros los hombrecitos, de cocinita las mujeres, y al caer la tarde el tradicional escondido, para ya a eso de las 5 a 6 de la tarde rezar en familia el rosario y todos a la cama, o más bien al camón o catre, con una estera de colchón y una almohada de chuicas viejos.

 Hoy día como podemos ver en tan solo medio siglo, todo esto queda solo en el recuerdo y llena un espacio de nuestra historia, la identidad de los pueblos que forjaron un futuro, que aunque en algunos momentos nos disgusta, muchos seguiremos diciendo, que todo tiempo pasado fue mejor, especialmente cuando ese pasado dejó en nosotros una huella de lucha por la supervivencia ante la diferencia de vida de antes a la de hoy día.

 En un futuro,  alguien estará escribiendo sobre la extinción de la tecnología que hoy envuelve al mundo, y su consumismo agotador de todo recurso, es posible que las fincas, cafetales, potreros, callejones y ríos, vuelvan a florecer albergando nuevas generaciones que poblarán los campos como al inicio, porque todo en la vida es un ciclo y muchos repetitivos.

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