( Año 2015)
Por Rodrigo Redondo Gómez
Lo que tenemos y lo demuestran todos los días (salvo excepciones muy contadas y notorias) son políticos y dirigentes mediocres, oportunistas, fácilmente corruptibles, sin sentido de patriotismo, ética ni dignidad personal.
Exclusivamente interesados en su provecho y futuro particular, y dispuestos a cualquier cosa para mantenerse en el puesto que consiguen. El ambiente y el clima moralmente nocivos que estos políticos; crearon a su alrededor desacreditaron de tal manera el oficio que hasta ahora ninguna persona que se respete y desee ser respetada se atreve a penetrar en él así como así, es decir, armados solamente con sus virtudes personales y sin respaldos de otra índole, incluidos los financistas electorales.
De manera que los jóvenes, y personas mayores que hoy se sienten atraídos por la actividad política se enfrentan a la muralla impenetrable de los señores feudales que monopolizan los mecanismos partidarios y eleccionarios para eternizarse en los cargos y representaciones.
A consecuencia de lo cual a nuestra política cada vez llega menos gente instruida y decente, y más aventureros. Una mayoría se les ha franqueado la entrada a las organizaciones que se disputan y ejercen el poder del Estado en la actualidad. La ciudadanía de nuestro país se encuentra en una situación histórica especial: por una parte, dispone del libre ejercicio de sus derechos y libertades, así como de los mecanismos democráticos adecuados; pero, por la otra, enfrenta una actividad política éticamente degradada.
Convertida en mera disputa de tribus y caciques por el poder, para enriquecerse, lograr impunidad pretendiendo perpetuarse en sus privilegios. Remover a estos inmorales requerirá que aquellas personas decentes que se sientan con vocación, se crean capaces de liderar movimientos sociales y políticos, y estén dispuestas a hacer los sacrificios que se requieren para convertirse en líderes, aprovechen las condiciones favorables citadas anteriormente para lanzarse a la arena política a disputar el poder legítimamente.
Esto involucra, en primer término, a jóvenes capaces, y a los no tan jóvenes honestos y patriotas, que deben sentirse convocados a actuar, a desafiar a los “dueños” de movimientos y partidos, con sensatez, coraje y determinación, dedicándose a producir acciones concretas, para generar transformaciones reales, visibles, cuantificables, demostrando así al resto de la ciudadanía que dispone de una alternativa verdadera.
Y este accionar de los candidatos potenciales no debe producirse un par de meses antes de las elecciones, como suele ocurrir, sino que debe manifestarse sobre todo fuera de las épocas electorales, en todos aquellos casos en que puedan exponer las condiciones personales de liderazgo que constituya el atractivo para ser votados.
Los ciudadanos de este país debemos aprender a aprovechar mejor esta libertad de expresión que está a nuestro alcance, las ventajas que nos ofrece el periodismo libre, ese mismo que investiga y desnuda a los políticos no transparentes, a los que aprovechan sus cargos para convertirse en millonarios y enriquecer a sus familiares, amigos, allegados y cómplices en desmedro del país, de las generaciones actuales y las del futuro.
Es preciso recuperar la honestidad y la capacidad en la actividad política, porque de ello depende la recuperación del país mismo. Los buenos y las buenas tienen que pelear para encontrar espacio y fuerza para desalojar a los malos. Existen las bases institucionales, y, de seguro, también las personas que lo pueden hacer posible, quienes solo requieren animarse, organizarse y competir. Nuestra Costa Rica Patria querida los necesita angustiosamente.