Cuando la forma deje de ser lo más importante y le demos prioridad al contenido y al fondo de los asuntos, tendrá lugar un profundo cambio, una verdadera revolución. Adaptar la forma al fondo y no aletargar el fondo por la forma. Dentro de los componentes del “deber de probidad”, que rige la conducta en la función pública, los principios de servicio y respaldo al interés general, deben ser los elementos dinámicos, determinantes, prioritarios.
Luego vienen, como sustento y complemento de ambos, los principios de buena fe, legalidad, transparencia, rendición de cuentas, honradez, imparcialidad, entre otros. Los funcionarios electos por las comunidades lo fueron para tomar decisiones y ejecutar proyectos, reconociendo que deben asumir las consecuencias de sus actos, para bien o para mal. Lo peor que les puede pasar es quedar atrapados en la “parálisis por análisis” y en la maraña de las formas, las normas y los protocolos.