Por Marco. A Leiva Coto (QdDg)
La paz está en lo alto
y la paz está dentro de ti
Cuando usted ingresa a Tres Ríos, distrito central del Cantón de La Unión, tanto sea por la antigua vía o la Autopista Florencio del Castillo que nos une con la capital sobresaldrá ante su mirada majestuoso e imponente el cerro La Carpintera.
Estos cerros llevan el nombre de carpintera en honor a una mujer que se dedicaba, a la carpintería llamada Ramona de apellidos desconocidos, que hace muchos años vivía en ese lugar, era muy conocida por lo bien que realizaba su trabajo. De una topografía bastante irregular y una belleza natural serena e imponente que invita al descanso y a la meditación, se levanta el macizo de La Carpintera en cuyas faldas se erige la ciudad de Tres Ríos y algunas de las otras poblaciones del Cantón de La Unión.
Se sitúa entre el valle de Cartago y el Collado de Ochomogo al este; el Valle de San José y Quebrada Honda, ( al este, Tres Ríos y Curridabat al norte y Coris al sur. Al este de sus cerros se localiza el Campo Escuela Nacional Iztarú propiedad de la Asociación Nacional de Guías y Scouts de Costa Rica.
La Carpintera fue declarada zona protectora , el 26 de junio de 1975 , lo que permite la conservación de gran parte de sus riquezas naturales. Sus cerros más sobresalientes son: el Atalaya de 1880m. y el Aguacate de 1915 metros de altura. En sus bosques de existen plantas como bromelias, algunas, orquídeas y peperomías. También hay helechos, mano de tigre, lotería, antuarios y otros.
Aunque pocos podemos observar árboles nativos como el roble, quizarrá amarillo, guaba, cedro y otros. En cuanto a la fauna encontramos armadillos, zorros pelones, conejos, murciélagos, gallinas de monte, ardillas y muchos insectos. De sus alturas nacen y bajan pequeños ríos y quebradas. Por ejemplo el río Carpinterita, las quebradas El Bosque, la Muela, la del Aguacate Norte, la del Encanto y la Chocolate del Monte, que nace en las faldas occidentales del cerro.
Buscando Botijas
Recopilado de un texto de
Bolivar Monestel Vincenzi
La botija está asociada a la aparición de algún ser irreal o fantástico. Aún subsiste en el vulgo esa idea. Fue así como decidimos uno de tantos días mis compañeros de escuela Rigoberto Méndez, Bernardo Rodríguez, Enrique Mora, Andrés Sánchez y mi hermano Aníbal Monestel Vincenzi, salir en busca de botijas. Afinamos la puntería hacia la finca de don Agustín Solano Linares, alrededor de quien se había forjado una leyenda: la de que cada mañana o de tarde en tarde, solía exponer al sol el oro de su botija en un manteado de lona.
En diferentes oportunidades, después de que le daba cuerda al reloj público de la torre de la Iglesia atisbamos la llegada de aquel viejecito simpático, educado y de extraordinaria memoria, que era, más bien, elemento de consulta de maestros y ciudadanos acerca de los motivos históricos de Tres Ríos. Fueron vanos nuestros propósitos. Por el contrario, don Agustín y su hijo Agusticillo, nos habían dado permiso a efecto de atravesar el potrero y llegar hasta la presa, donde solíamos ir a bañarnos a la salida de la escuela y donde aprendimos a nadar. La licencia era también para coger frutas del cafetal, condicionando el permiso a que procuráramos no dañar los cafetos.
En cierta ocasión, sorprendimos a don Agustín en un lugar de su finca, sospechoso para nosotros, vale decir para nuestra candidez, y se nos puso en vilo el alma. Creímos haber descubierto el sitio exacto en donde estaba oculta la botija. Nos acercamos cautelosamente y sin embargo, siempre quebramos con la suela de los zapatos los palillos secos de las ramas de café y ¡zaz! cuando creíamos haber descubierto lo que buscábamos encontramos, cerca de la margen derecha del río Chiquito, al propietario del inmueble, quien dedicaba su tiempo a cuidar con esmero un bonito vivero o almacigal de café.
¡Habíamos localizado la verdadera botija de oro puro! Amasada con sostenido esfuerzo a través de muchos años, con un alto concepto de lo que los de aquellas épocas, es capaz de realizar un hombre honrado, con buen sentido y sin vicios. Soltamos estridentes carcajadas y don Agustín se incorporó: ¡Caray! me asustaron ustedes chiquillos, ¡quieren comer frutas! vayan y busquen por ahí; ya saben que tienen permiso para hacerlo, pero sin dañarme las matitas de café.
Aquella finca y aquel lindo potrero testigo de actos deportivos y soberanos, han desaparecido, para darle paso al progreso, siguiendo la ley del cambio. Allí están, no obstante, los bellísimos cerros de La Carpintera y en los contornos del terreno aludido, besando sus bordes como dos enamorados, los ríos Chiquito y Tiribí que inspiraron e inspiran a más de un artista.
Y, pobres de nosotros, ingenuos buscadores de botijas, ahí en donde un fuego fatuo o un árbol marchito hacían su aparición.